¡Allí fue lo horrible! ¡Allí fue lo inenarrable! Franceses y españoles dispararon sus armas a un mismo tiempo, sembrando la tierra de cadáveres; la caballería aprovechó este momento para llegar al pie de la muralla, presumiendo sin duda poderla saltar con sus impetuosos bridones; centenares de piedras derrumbaron a caballos y jinetes; y éstos empezaron por su parte a degollar a mansalva; y en medio de aquel estrago, de aquel torbellino, de aquella confusión, he aquí que estalla por último el tremendo cañonazo, produciendo un estampido fragoroso llevando la muerte a sitiados y sitiadores. ¡Y era que el cañón había reventado al tiempo de disparar; era que la encina hecha pedazos vomitaba la metralla en todos direcciones, lo mismo hacia atrás que hacia adelante y por los costados, revuelta con mil fragmentos de madera que silbaban al hender el aire; era que la expansión de tanta pólvora inflamada habla hecho rodar los troncos en que se apoyaba el cañón, y estos troncos aplastaron a españoles y franceses! Fue aquello, pues, un caos de humo, de polvo, de rugidos, de lamentos, de relinchos, de llamas, de sangre, de cadáveres deshechos, cuyos miembros volaban todavía o volvían a la tierra entre balas, piedras y otros proyectiles; de caballos sueltos que huían coceando; de palos de ciego, dados sobre amigos y enemigos por los lapeceños que aún seguían en pie, y de puñaladas, pistoletazos y pedradas, que venían de abajo, de arriba, de todas partes, como si hubiese llegado el fin del mundo..